Nos queremos vivas o qué podemos hacer desde la escuela contra la violencia machista

SE ACERCA EL 25 DE NOVIEMBRE y, con esa fecha, la programación en los centros educativos de actividades en las que se intenta sensibilizar a niñas, niños y jóvenes ante la dolorosa herida que para nuestra sociedad supone la violencia de género.

El trabajo que sobre coeducación vamos realizando en la escuela se ha ido transformando, al paso de la sociedad, demasiado poco a poco. Educación mixta no es igual a coeducación. En nuestros días nadie pone en duda que tras un asesinato machista la clave es más dosis de educación para la prevención de la violencia contra las mujeres. Pero en la escuela reinan todavía demasiados estereotipos que se mantienen entre los propios docentes, a la par que se echa en falta una auténtica implicación de la Administración para un necesario cambio en el currículo, aún hoy demasiado androcéntrico, que haga hincapié en el respeto a la diversidad del alumnado. Pero hay más trabas.

No es difícil darse cuenta de que en las aulas niños y niñas, chicos y chicas participan en las actividades coeducativas, entienden su sentido y su necesitad, responden a las mismas tal y como se espera de ellos y ellas, pero al salir de clase se sienten ajenos a ese sentir. Actúan ni más ni menos igual que ante un ejercicio de química o un listening de inglés, de manera correcta, pero sin que les “cale”, sin que esas actividades cambien su sistema de valores y les conduzca a una reflexión personal que propicie cambios.

Son varias las razones: actividades o dinámicas poco significativas con su entorno, con su realidad; poca conexión con los contenidos del currículo que se trabaja en clase, escasa relación con las competencias básicas. Los chavales perciben esas actividades como algo singular, puntual. Les hablamos desde el adulto, desde lugares que no les interesan. Apenas se trabaja la empatía ni una educación del cuidar y cuidarse. Falta testimonio vivo que les hable de qué les pasa, qué sienten, qué viven.

Contra la violencia de género hay que emplear la creatividad que encienda esa llama propiciadora del cambio de mentalidad y del consiguiente cambio de actitud. Y en esa transformación, la relación entre escuela, comunidad y familia se hace fundamental. ¿De qué sirve trabajar en clase acerca del respeto de derechos y libertades fundamentales, y de igualdad entre hombres y mujeres, si en casa, en la familia, ese respeto no se da?

El cine y la televisión bombardean con contenidos -que muchas veces se ven en familia- en los que se denigra a la mujer o se la cosifica, del estilo de Gran Hermano u Hombres, mujeres y viceversa. Los jóvenes -cada vez a edades más tempranas- escuchan música con letras machistas inadmisibles. Y la prensa recoge los asesinatos machistas con titulares empolvados. Demasiadas horas de mensajes equivocados que modifican la percepción de la igualdad de género.

¿Qué hacer cuando en clase trabajamos para fomentar la tolerancia y la libertad dentro de los principios democráticos de convivencia y, desde nuestro municipio o nuestro barrio, se favorecen conductas y dinámicas que van justamente en la otra dirección? ¿Cómo contrarrestar lo que se vive y se oye en casa?

No nos queda otra que asaltar la calle, despertar a las familias y sumarlas al impulso transformador que tiene su origen en la escuela. Otra vez David contra Goliat, es cierto. Pero tampoco es la primera vez

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Carmen Navarro

Doctora en Historia y profesora