“Tenemos pendiente una escuela pública y gratuita, laica y de pensamiento libre”

ÁLVAREZ-URÍA PRACTICA LA SOCIOLOGÍA crítica que tanto ha contribuido a exigir el papel neurálgico de la escuela en las sociedades democráticas. Su introducción al libro de Maurice Halbwachs, que ahora publica Dado Editorial, ayuda a repensar problemas principales de nuestro sistema educativo, postergados o vilipendiados desde que fuera pisoteada la breve democracia española del primer tercio de siglo XX.

FERNANDO ÁLVAREZ-URÍA, además del amplio caudal de trabajo sociológico vinculado al de Julia Varela y a la colección “Genealogía del poder”, de la editorial La Piqueta, tiene, a título individual, trabajos de gran interés. Es catedrático en la Complutense y sus artículos, frecuentes en Archipiélago, en prensa, y en revistas especializadas, siempre buscan entender si somos suficientemente libres y demócratas.

Al editar La génesis del sentimiento religioso. Introducción a la sociología de la religión de Émile Durkheim, de Maurice Halbwacks, en la amplia presentación habla usted de la “laicidad. ¿Por qué?

Desde hace años me preocupa la cuestión de la laicidad, que es, en definitiva, la de la modernidad, pues, como puso de manifiesto Max Weber, esta es el resultado del proceso de desencantamiento del mundo, es decir, de la salida de la religión. En España, la omnipresencia de la religión católica es un hecho social: aún no nos hemos emancipado de las religiones.

 

¿Implica esto un corte con sus trabajos anteriores de Sociología crítica de las instituciones y genealogía de las teorías sociológicas?

En El reconocimiento de la humanidad (Morata, 2014) intenté analizar cómo España, Portugal, y América Latina se incorporaron a la modernidad muy pronto y, a la vez, con grandes dificultades. Esa historia permitía entender por qué aquí ha habido constantes avances y retrocesos, y nunca una incorporación realmente sólida a un modelo democrático, laico, articulado en torno a una transformación progresista de la sociedad. Ahí analicé cómo, en buena medida, la clave está en el papel jugado por la Iglesia católica. En España y estos otros países su presencia institucional, doctrinal, moral y ritual, ha sido y sigue siendo muy fuerte. Ese peso se dejó sentir incluso en la creación de la unidad nacional.

Pero es una historia compleja. En el siglo XVI, por ejemplo, la Escuela de Salamanca, formada principalmente por teólogos dominicos, fue pionera en un proceso irreversible de secularización cuando, más allá de la lucha entre fieles e infieles, se reconoció que la humanidad es una. Los naturales de América eran seres humanos con derechos, y existía un “derecho universal de gentes”. Se abría así, –como ha analizado Lewis Hanke–, una dimensión nueva que hacía que el mundo, desde el punto de vista intelectual, dejara de estar anclado en la guerra entre el Cristianismo y el Islam.

 

¿Por qué fracasó esa primera modernidad secular?

Porque quedó bloqueada: frente a esa humanidad se produjo la Contrarreforma, un movimiento defensivo de la Iglesia en torno al concilio de Trento, y un control inquisitorial ejercido desde arriba: la alianza de reyes y papas no dejó espacio para la secularización en mucho tiempo, como han pretendido los Concordatos. Todavía en 1870, cuando unificar Italia alcanzó a Roma, la jerarquía católica trató de recuperarse de la pérdida de los Estados Pontificios y confirió al Papa un poder total, “infalible”, dentro de la Iglesia en el Concilio Vaticano I.

En Francia, sin embargo, a finales del XIX y comienzos del XX, socialistas y republicanos defendieron la autonomía de la razón por encima de cualquier credo religioso. Justamente fue entonces cuando intervinieron en ese debate una serie de sociólogos de la Escuela de Durkheim, y ahí se sitúa también el libro de Maurice Halbwachs que acabamos de publicar. Lo he considerado interesante porque me parece que puede aportar un poco de luz sobre nuestro presente.

¿Cuál fue la relación entre Émile Durkheim, Jean Jaurès y Maurice Halbwachs?

Jaurès y Durkheim fueron compañeros y amigos en la Escuela Normal Superior de París, y esa amistad se mantuvo durante toda su vida. Durkheim, con su grupo de sociólogos, y Jaurès, liderando la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) del Partido Socialista, son las dos caras de un mismo proyecto, un proyecto de desarrollo de la Revolución Francesa, en una línea socialista, democrática, republicana, laica, pacifista, contraria a la violencia y también contraria al materialismo vulgar. En ese proyecto se integró a principios del siglo XX Maurice Halbwachs.

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La escuela debe contribuir a la formación de ciudadanos que piensen por sí mismos

A mí me interesa la defensa de la laicidad por la que lucharon, la importancia que concedieron a la formación de una escuela pública laica y gratuita, la escuela del pueblo, la escuela del pensamiento libre y de los ciudadanos. La lucha por la instrucción pública iba unida a la lucha contra el hambre y la explotación, la defensa de la dignificación del trabajo, la estabilidad en el empleo, la reacción contra la degradación de las condiciones de vida, la lucha contra la corrupción y en defensa de una moral social. Yo creo que este proyecto cosmopolita, a pesar de los enormes cambios que se han producido en nuestras sociedades en el siglo XX y XXI, sigue siendo de una gran actualidad.

 

¿Tenían que ver con la Liga por los Derechos del Hombre?

La Liga por los Derechos del Hombre surgió en íntima relación con el “Affaire Dreyfus”. Los partidos obreros y revolucionarios en un principio querían estar al margen, porque consideraban que el capitán Alfred Dreyfus era un militar, un oficial de carrera que pertenecía a la clase burguesa y, por tanto, el hecho de que su condena por un tribunal militar fuese justa o injusta no era asunto suyo. Esa era la postura de Jules Guesde, que militaba en el mismo partido que Jaurès. Sin embargo, tanto éste como Durkheim se implicaron muy pronto en defensa de la verdad y la justicia. Todos ellos dieron una gran importancia, además, a la educación pública.

 

Su reflexión sobre la modernidad y las pautas morales colectivas siguen siendo muy actuales…

Compartían la necesidad de construir una moral de la ciudadanía, unas pautas que fuesen más allá de la moral religiosa y que permitiese unir a la nación con una cierta razón moral común. Por eso, tanto Jaurés como Durkheim y Halbwachs defendieron el internacionalismo, pues para ellos todos los seres humanos son sagrados. En este sentido, prolongaron las propuestas societarias de los saint-simonianos y de Augusto Comte a favor de una religión de la humanidad.

Para Durkheim y su escuela de L’Année sociologique, la Sociología debía responder a una demanda social de clarificación. Durkheim llegó a escribir que la Sociología especulativa no tendría sentido si no ayudaba a cambiar las cosas. Pretendía proyectar luz sobre los problemas sociales para objetivarlos, y para caminar hacia sociedades de semejantes.

 

¿Cree que es ese el objetivo de las investigaciones sociológicas en la España de hoy?

La Sociología dominante en España es la Sociología del CIS, la Sociología del mal llamado Centro de Investigaciones Sociológicas. Hace años publiqué en la Revista Archipiélago un artículo que irónicamente titulaba “El CIS Campeador”. En él defendía, y lo sigo defendiendo, que el CIS impide que se desarrolle una Sociología crítica emancipada del dominio político, pues, en último término, el director del CIS es nombrado siempre por el Gobierno de turno.

Creo que en un país moderno tiene que haber observatorios de la vida social, análisis científicos de los problemas heredados y de los que van surgiendo. Hay que intentar proporcionar, tanto a los gobiernos como a los ciudadanos, una objetivación sociológica de los principales problemas que nos asedian, al margen del sube y baja de las encuestas, al margen de los intereses políticos o empresariales, siempre partidistas. Desgraciadamente no acabamos de conseguir un estatuto de neutralidad para el CIS. Con la opinión pública pasa lo mismo: aún carecemos de una televisión profesionalizada, una radio-televisión entendida como servicio público.

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Durkheim y Jaurés lideraron una escuela democrática de los ciudadanos, dentro de un proyecto social abierto claramente a todos

¿La Ley Briand, aprobada en el Parlamento francés en 1905, tiene algo que ver con todo esto?

Sí. Esa ley, que institucionalizó en Francia la laicidad, se preparó en el controvertido ambiente del “Affaire Dreyfus”. Los republicanos se dieron cuenta de que era muy importante que los centros y escuelas religiosas y confesionales no catequizasen a los niños desde muy pequeños. La escuela debía contribuir a la formación de ciudadanos que piensen por sí mismos, y no a la formación de buenos cristianos, fueran éstos católicos o protestantes. Frente a esa catequización estaría la instrucción cívica, la escuela pública republicana, abierta al debate, a la reflexión, y, por tanto, a las discusiones en pluralidad. La enseñanza racionalista tiene necesariamente que ser laica.

En buena parte, la laicidad en Francia produjo efectos colaterales y negativos en España, pues buena parte de las congregaciones religiosas, entre ellas las Ursulinas y los Maristas, se trasladaron de Francia a Italia, Portugal y España… Aquí, Canalejas trató de frenar tanta demanda de refugio con su “Ley del Candado”.

 

El debate político acerca del papel del Estado en la instrucción pública española ya lo muestra Blanco White a comienzos del XIX. Llegó a la II República muy en carne viva y tendría derivaciones hasta hoy…

Yo creo que Azaña tenía como referente la línea de actuación de la república francesa. El problema es que cuando se planteó la transición de la escuela confesional a la laicidad las condiciones no eran muy favorables. La República nació tras la crisis del 29, en un clima de tensión brutal entre el fascismo y el bolchevismo, heredado de la Revolución rusa. España era entonces un país con unos índices de analfabetismo muy altos y con enormes desigualdades sociales; y había una bipolarización a nivel europeo y mundial muy fuerte. En España eso se tradujo con un enfrentamiento muy radical entre clases sociales y la Iglesia pasó a defender sus valores e intereses con uñas y dientes: no cabe duda de que su papel fue primordial en esa pugna que desembocó en el golpe de Estado y en la Guerra civil. De nuevo la espada y la cruz unidas en una cruzada. No se ha de analizar el conflicto sin embargo como si se tratara de una película de buenos y malos. Hay que reconocer que también la Iglesia fue perseguida… Como cuenta Clara Campoamor, España fue un país radicalizado, enormemente dividido y enfrentado. Azaña representaba la tradición democrática republicana más moderada y, consecuente, y se vio desbordado.

Ser buen ciudadano es contribuir al fondo común, proteger los bienes de todos, pagar impuestos, no robar…

¿La cuestión de la laicidad y la escuela laica ha sido resuelta en España?

El problema sigue abierto porque la diplomacia vaticana, muy hábil, consiguió firmar el Concordato último –en formato de “Acuerdos”– con el Gobierno español justo antes de aprobarse la Constitución.

Lo que no tiene sentido, y sigue siendo un anacronismo, es que en las universidades públicas, en los hospitales y centros públicos, no se respete la a-confesionalidad del Estado. No tiene sentido que en espacios institucionales públicos, como por ejemplo los ayuntamientos, sigan los alcaldes al frente de las procesiones en representación del pueblo…

 

En 2017, todo indica que la distancia respecto a pautas de la Iglesia ha crecido sin que mediara ley alguna…

Hay un proceso de secularización en marcha desde hace mucho, algo que puede explicar en parte la progresión exponencial de la corrupción. Las élites económicas y políticas han abandonado la moral tradicional católica, y con ella sus principios morales de comportamiento sin que, al mismo tiempo, haya habido correlativamente avances en una moral del interés público y social. Para la vida colectiva, sin embargo, necesitamos una moral compartida de lo público en que ser buen ciudadano es contribuir al fondo común, proteger los bienes de todos, pagar impuestos, no robar… Durkheim proponía un sistema fiscal fuerte que acabase con las herencias: si queremos que exista una mayor igualdad es preciso que cada generación viva realmente la “igualdad de oportunidades”, y, para ello, las grandes herencias deberían ser confiscadas por el Estado. En cambio, las cifras de evasión fiscal en nuestro país siguen siendo un escándalo. Buena parte de esta escalada de la corrupción –que más que corrupción podríamos decir que, en casos de Madrid o Valencia, es casi un atraco a los bienes comunes– se explica en parte por esa crisis moral.

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Ha habido un olvido explícito de lo que fue la       II República

La propuesta de Durkheim iba muy en línea con el Estado Social Europeo. ¿Cuál sería el papel de la Sociología para avanzar en una Europa social en estos tiempos de globalización?

Creo que, en la actualidad, la izquierda debe defender con pasión la Europa social, avanzar hacia los Estados Unidos de Europa. A mí me sigue emocionando el Plan Beveridge que se aprobó en Inglaterra en 1942, en plena II Guerra Mundial. Uno de sus inspiradores fue John M. Keynes, que fue quien estudió cómo financiar ese modelo de Estado Social avanzado.

Para impulsar este proyecto europeo, en el marco del nuevo capitalismo financiero, sería importante y urgente que hubiera una Sociología relativamente independiente, tanto de los poderes mediáticos, como de los poderes políticos. Vivimos en medio de toda una gama de problemas y conflictos, y los sociólogos tendríamos que analizar esos campos de lucha y enfrentamientos donde tantas veces se genera violencia y sufrimiento. Es necesario desarrollar esta tradición de una Sociología crítica, que responda a las demandas de las sociedades. Y al mismo tiempo, acabar con los paraísos fiscales, someter a control los flujos del capital.

 

¿Qué papel jugaría el campo educativo en ese proyecto alternativo?

Esta es una tarea pendiente, y tiene que ver no sólo con la educación reglada, sino también con la educación social. En un país donde los telediarios dedican prácticamente la mitad de su tiempo a hablar de Messi y Ronaldo, de la Liga y sus avatares, es prácticamente imposible educar para la ciudadanía. Cada día escuchamos programas en la radio pública carentes del menor interés, en los que se banaliza todo…

En esto, la izquierda es bastante responsable de lo que pasa, por no haberse abierto a proyectos y propuestas culturales mucho más europeístas y mundialistas. Ha habido una visión muy provinciana, muy de nacionalismos y reivindicaciones de lo local como manera de alimentar las dependencias caciquiles… Las ciudades mismas parecen haber entrado en atonía cultural: no se sabe a dónde han ido a parar las actividades culturales de ateneos y librerías del tardofranquismo y la Transición…. La historia local y las enciclopedias autonómicas han tenido preeminencia, acompañadas de un olvido explícito de lo que fue la II República. En aquel momento –en los pocos años que duró– los grupos democráticos ilustrados quisieron promover una profunda renovación cultural, además de una educación pública de gran calidad. Recuperar esa memoria histórica es importante como aglutinante del esfuerzo positivo que tenía que haber cuajado en una sociedad más moderna y que, en buena medida, fue cortado de raíz por el golpe militar de Franco y sus aliados. Nos corresponde ahora rehacer ese camino entre todos y hermanar lo que antes se denominaba “las fuerzas del trabajo y de la cultura”, en un esfuerzo de transformación sociocultural de gran alcance.

Últimos comentarios

  • Mario Bedera

    Magnífica entrevista. Hace tiempo que no leía opiniones tan sensatas y contundentes a la vez que explicadas con la normalidad de quien conoce el origen de los problemas. Empecé a leer el artículo por indicación de un amigo, sólo por lealtad a su criterio pero al final la entrevista se me quedó corta, así que… tendré que leer el libro. Felicidades a entrevistador y entrevistado

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Manuel Menor

Profesor de Historia