Bailando en una España de colores

JOAQUÍN SOROLLA dejó una imagen multicolor de España en los 14 grandes cuadros que realizó para la Hispanic Society de Nueva York en 1911. Cien años después vinieron al Museo del Prado para una gran exposición.

Foto Javier del Real / Teatro Real

 

Inspirándose en ellos, el Ballet Nacional de España creó en el año 2013 un espectáculo-retablo que volvió por unos días al Teatro Real de Madrid. Es un viaje por Galicia, Extremadura, Castilla, Andalucía, Guipúzcoa, Cataluña, Aragón y Valencia a través de una antología de bailes regionales coreografiados por maestros como Arantxa Carmona, Miguel Fuente, Manuel Liñán y Antonio Najarro, director de la compañía. La Orquesta Sinfónica del Teatro Real defendió, con el maestro Manuel Coves, unos arreglos algo insípidos en alternancia con la mayor autenticidad de un cuadro flamenco. El homenaje a Sorolla es merecido e inspirador, así como la loable empresa de difundir el magnífico y variado folklore español que, manipulado por el franquismo, conquistó antipatías, desprecios y olvidos que aún perduran.

La Transición tiene una deuda pendiente que cobra triste actualidad con el lío catalán: los asuntos sin resolver afloran antes o después. La idea de yuxtaponer y actualizar danzas españolas es un reto artístico pero también político. La propia existencia de un Ballet Nacional despierta debates sobre la sustancia y pertinencia de lo “nacional”. Su proyección exterior suele ser mucho más aplaudida que la interior. Aunque el centralismo es cosa del pasado, algunos sectores de la ciudadanía aún perciben como actuales los agravios de otros tiempos.

España es múltiple y plural, como siempre lo ha sido su rico patrimonio folklórico, un tesoro único en Europa del que bien podemos presumir. Así se muestra en este espectáculo. Lo visual tiene, con Sorolla, un importante protagonismo. A la excelencia de la compañía y sus figuras se suma el enorme vestuario de Nicolás Vaudelet, lleno de presencia, de vuelo y de vida, en continuos y espectaculares cambios. Por el contrario, las animaciones proyectadas, mecánicas y en bucle, fatigan. Todo se mezcla en una función que pretende gustar, que lo consigue y que llena, pero que transmite poca pasión. La seducción, la rebeldía, el trabajo, la lucha, la muerte y los ritos pasan superficialmente, envueltos en una euforia sin motivo claro. El equilibrio entre imágenes y danza, tradición y modernidad, localismo y universalidad resulta complejo pero constituye un camino interesante. Esa es precisamente la misión que corresponde a una compañía que se llama “Ballet Nacional de España”.

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Víctor Pliego de Andrés

Catedrático de Historia de la Música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid