Historia crítica de la Literatura Infantil y Juvenil en la España actual

POR LA IMPORTANCIA IRRENUNCIABLE DE LA LECTURA y porque ha de ser comprensiva, divertida y feliz, «T.E.» ha prestado atención a estos libros otras veces. Los logros en lectoescritura son el activo básico de la escuela en la construcción del ser ciudadano en las relaciones mutuas y con el mundo: Paulo Freire «dixit».

GARCÍA PADRINO, Jaime, (2018).

Historia crítica de la Literatura Infantil y Juvenil en la España actual (1939-1945).

Madrid: Marcial Pons.

695 págs.

Jaime García ha hecho un trabajo muy útil para quienes se preocupan de que aprender a leer y disfrutar de la lectura se adscriba a poesía y teatro, relatos y cuentos que se puedan poner a alguien en la mano oportuna y tempranamente por su calidad para suscitar curiosidad. En definitiva, eso pretexta también la nombrada “literatura infantil y juvenil”. Conocer, pues, la historia de la editada en España en sus lenguas oficiales –durante lo que llama la “España actual”–, les ayudará. El inventario de la abundante información que aporta es digno de encomio, y el tono inconformista que suele adoptar al comentar estos libros permite observar que, debajo del muy amplio corpus del género –cualitativa y formalmente tan variado como de “difícil” análisis “crítico” (p. 296)–, subyacen los dispares modelos de niño y adolescente para los que fue editado. A las y los docentes escolares, esta historia les permitirá formar criterio acerca de qué es valioso para su trabajo entre tan creciente producción. Cuando la competencia de los medios electrónicos es tan fuerte, saber apreciar los caminos de esta “literatura” les ayudará a captar mejor la atención de sus supuestos destinatarios.

El libro sigue cronológicamente, en cuatro partes, la cuantiosa evolución de tan especializada producción editorial. Las razones de la periodización, sin embargo, no están suficientemente explicadas. Similarmente, referencias más cuidadas a algunos autores para enmarcar mejor sus obras: la detenida descripción argumental de muchos títulos no basta para comprender su alcance ni el de las firmas editoras. Por otra parte, reiterados usos adjetivales, como “tradicional”, “renovador”, “educativo” o “docente”, desaprovechan, de tan genéricos, las denotadas variaciones de las políticas educativas de la escolarización.

Coincidentes en que su mención a las bibliotecas escolares –donde la dotación de estos libros es vieja reivindicación– es nula hasta 2006, con la LOE –sin que esta ley haya supuesto un gran cambio en los hábitos lectores–, la historia resultante se habría enriquecido, y también nuestro conocimiento del imaginario que tanto ha pesado en la configuración de los sujetos a quienes se orienta esta “literatura”. Se echa en falta, en fin, mayor atención a ilustradores y maquetistas, razón relevante del crecimiento comercial de estos libros en los últimos años.

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Manuel Menor

Profesor de Historia