Qué bonita vocación

CUANDO ESTUDIABA PARA SER TÉCNICO DE EDUCACIÓN INFANTIL, una profesora nos dijo que era un trabajo vocacional y que si queríamos hacernos ricas teníamos que dedicarnos a otra cosa. Solo quería un trabajo que me gustase y lo conseguí.

Comienza una mañana más en la escuela infantil, una jornada que empieza, como cada día, colmada de besos y abrazos de los niños y niñas con energías rebosantes. Tienen ganas de jugar, aunque realmente vienen a aprender, porque están en esa etapa en la que el juego es el eje metodológico y donde aprender es atractivo. Qué bonita vocación.

Un aula, veinte personas de 2 años con un mundo entero por descubrir, y una educadora como mediadora del aprendizaje para sacar lo mejor en todos los ámbitos del desarrollo evolutivo: psicomotor, cognitivo y afectivo-social. Veinte niños y niñas, con inquietudes y necesidades diversas, y una adulta con la teoría de la individualización del aprendizaje bien interiorizada, pero difícil de llevar a la práctica en el aula por una ratio que impide una intervención educativa de calidad.

Una criatura con autismo con la que hay que sentarse a enseñarle los pictogramas de las rutinas del día; otras tres que se pelean y con las que hay que mediar para trabajar valores; una que grita porque está enfadada, y otras dos que lloran porque están tristes y necesitan ayuda para aprender a gestionar sus emociones; dos que tienen inquietud por experimentar y necesitan la atención y el espacio para que se dé esa exploración. Y así hasta veinte, todo al mismo tiempo. Qué bonita vocación.

Ya entramos en febrero. Cuando nos queramos dar cuenta, toca cambiar la decoración de invierno por la de primavera… Y, cuando quiera darme cuenta, estoy casi en los 30 años y, al ver la nómina, otro mes que mi pensamiento de independizarme se desvanece, porque el alquiler de un piso supone el 90% de mi sueldo.

Si quiero tener independencia económica, necesito encontrar otro trabajo para compaginar con las 40 horas semanales de la escuela infantil. Si no, aparte de piso, tengo que buscar amigos/as con quienes compartir gastos y, de esta manera, con suerte, quizás podría permitirme algún día el tiempo y el dinero para tomarme un café fuera de casa. Qué bonita vocación.

Cuando se abre la puerta del aula, las educadoras reciben lo más preciado de cada familia, y dan durante la jornada lo mejor de ellas a criaturas que están en la etapa de mayor vulnerabilidad. Cuando se cierra la puerta, quedan educadoras saturadas por las ratios, la precariedad y los sueldos que no están a la altura ni del trabajo, ni de la responsabilidad, pero sí de la pobreza de las trabajadoras del tan poco valorado sector de cuidados, formado en su gran mayoría por mujeres.

Qué bonita vocación… lástima que  con la vocación no se come.

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Shara Limone

Técnica de Educación Infantil, profesora de Primaria, dibujante y feminista