Nos cambiaron las preguntas: ¿qué formación para qué sociedad?

Hay que imaginar nuevos modos de enseñanza y aprendizaje que alcancen los objetivos previstos para conseguir la educación de calidad que la población necesita.

“CUANDO TENÍAMOS LAS RESPUESTAS, NOS CAMBIARON LAS PREGUNTAS”. En esa situación nos encontramos ahora con el Covid-19, no solo en educación, sino en todos los ámbitos de la vida individual y social. La incertidumbre, bien anunciada desde 1999 por Edgar Morin, quien nos viene aconsejando incorporar esta faceta de formación en su obra Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, ya ha llegado de forma aplastante a nuestra sociedad y ha evidenciado su necesidad más absoluta.

En definitiva, y como ha afirmado recientemente Francesco Tonucci en La Nación (Buenos Aires): “Si el virus cambió todo, la escuela no puede seguir igual”. Habrá que acometer la tarea de modo inmediato si no queremos perder una nueva oportunidad de disponer de una escuela que ofrezca las respuestas que precisa la ciudadanía de nuestro tiempo ante los nuevos interrogantes que se nos acaban de plantear.

Lo que parecía más o menos seguro en la estructura y los currículos del sistema educativo, de un día para otro se ha tambaleado: lo más importante ya no son las matemáticas y la gramática, sino la música, el dibujo, la pintura, el cine, el teatro, la comunicación, la expresión de las emociones…; es decir, lo que casi no cuenta para “aprobar” ahora se ha convertido en lo fundamental para vivir y para convivir. La estructura, la organización, los agrupamientos de los centros se han roto por la base. Los centros se han cerrado y hay que enseñar y aprender de otra manera.

Sin aulas

Nos hemos quedado sin aulas, sin profesorado presencial… Hay que imaginar nuevos modos de enseñanza y aprendizaje que alcancen los objetivos previstos para conseguir la educación de calidad que la población necesita, la que le exige nuestra sociedad.

Así, podemos llegar a la conclusión de que la formación inicial del magisterio puede haber quedado desbordada por la situación creada con la excepcional situación a la que nos hemos enfrentado de manera obligada y sin aviso previo a causa de la pandemia. Y esto abarca al profesorado de todos los niveles.

Como es obvio, cualquier profesional que se dedique a la educación es consciente de que debe seguir aprendiendo a lo largo de su carrera y de su vida; de lo contrario, no estará capacitado para seguir al frente de los grupos que cada año estarán bajo su responsabilidad. Pero si esto se sabía y se aceptaba, ahora resulta totalmente inequívoco y, además, con el imperativo de que, en muchos aspectos, ha habido que aprenderlo en pocos días, para ofrecer las respuestas requeridas de inmediato y lograr la continuidad del aprendizaje del alumnado, de manera que este no pierda demasiado tiempo con el cambio de modelo escolar, lo que derivaría en lagunas importantes para continuar aprendiendo el próximo curso.

A todos se nos viene a la cabeza, ahora mismo, la urgencia con que el conjunto del profesorado ha debido ponerse al día en la competencia digital, para comunicarse a distancia con su alumnado, para hacer el seguimiento educativo lo mejor posible, para orientar (a estudiantes y a familias) sobre cómo abordar determinadas actividades, para hacer llegar estas puntualmente y de manera secuencial… Pero no es solo eso, como ya anticipaba, lo que se ha descubierto.

 

Áreas clave

Áreas curriculares “de segunda” se han convertido en prioritarias y competencias clave (que aparecen en las normas legales, pero que, de hecho, desaparecen en su desarrollo), se revelan como fundamentales para vivir. Igualmente, se plantea el problema de la evaluación de este último trimestre digitalizado y se echa de menos disponer de una buena selección de conocimientos básicos y de competencias imprescindibles que sirvan como referente para valorar lo aprendido y que son necesarios para continuar el próximo curso sin problemas especiales en el aprendizaje.

Toda esta reflexión nos lleva a plantear la imperiosa exigencia de la formación permanente del profesorado. La sociedad avanza de forma acelerada y, como hemos comprobado, algunas veces nos cambia las preguntas que parecían incuestionables y nos conduce a situaciones de gran incertidumbre. No basta con una buena formación inicial (evidentemente necesaria), sino que hay que mantenerse en actitud de aprendizaje permanente si se quiere responder, en cualquier momento y en cualquier situación, a las posibles emergencias y nuevas exigencias educativas que surjan.

 

Recomendaciones

Desde mi experiencia como profesora de docentes en ejercicio, me atrevo a sugerir algunas áreas de actualización continua que el profesorado viene sintiendo como necesarias para su mejor desempeño en las aulas: Alfabetización mediática, Neurociencia, Competencia emocional, Resiliencia, Diseño Universal para el Aprendizaje y Evaluación de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Su adecuado dominio dotará al docente para:

  • Utilizar los recursos para enseñar y aprender digitalmente, manejando la gran cantidad de medios a nuestro alcance con la finalidad de motivar y comprometer al estudiantado en su propio desarrollo personal y, especialmente, en el dominio de la comunicación, el pensamiento crítico, la creatividad y el disfrute de lo artístico.
  • Conocer los estilos de aprendizaje del alumnado y aplicar los contenidos de las diferentes áreas curriculares que estimulen sus capacidades diversas.
  • Educar en el dominio y gestión de las emociones, con objeto de que alumnas y alumnos logren una personalidad equilibrada que les permita desenvolverse en la sociedad con la autoestima apropiada y el respeto debido.
  • Desarrollar personas e instituciones resilientes, que superen situaciones de dificultad y crezcan sobre lo aprendido.
  • Aplicar en todo el sistema educativo los principios del Diseño Universal para el Aprendizaje, de manera que este resulte accesible a todas las personas que se forman y permita atender a la diversidad en un modelo de educación inclusiva no excluyente, ni de la escuela ni de la sociedad.
  • Poseer los conocimientos suficientes sobre evaluación, de modo que esta contribuya a la mejora de la enseñanza y del aprendizaje, y no a la clasificación de la ciudadanía.

 

Los modelos de formación permanente pasan, tradicionalmente, por cursos, casi siempre presenciales, aunque no está demostrada su eficiencia pretendida. Sin embargo, en estos momentos, los cursos mayoritarios pueden realizarse por la modalidad de “distancia”, pues existen numerosas ofertas para llevarlos a cabo.

Los ya extendidos MOOC (cursos en línea gratis) se encuentran en buen número de universidades y centros especializados a nivel internacional. Es obligado dejar constancia de los buenos resultados que ofrece la formación en servicio, es decir, los denominados proyectos de formación en centros, dado que es todo el profesorado de una institución el que recibe la preparación específica que precisa para avanzar en su proyecto educativo y, además, tiene la garantía de su aplicación inmediata. Hasta ahora, creo que es la mejor opción formativa con repercusión directa en la mejora de los procesos de enseñanza y aprendizaje.

No hay que olvidar la lectura como medio eficaz de autoformación: responde a intereses y necesidades personales, se adapta a los tiempos disponibles y, con una buena selección, brinda el pensamiento y la experiencia de autores y autoras de prestigio en cualquiera de los campos de formación que se requiera.

Soy consciente de la limitación de esta propuesta, por lo que hay que sugerir, tanto a las administraciones educativas como al conjunto del profesorado, que se mantengan alertas a los cambios que se producen en el ámbito del conocimiento y de la información, al igual que en las estructuras sociales, pues cada época histórica requiere de una educación que ofrezca respuestas idóneas a la población que debe hacerla avanzar en progreso generalizado, equidad, justicia e igualdad de oportunidades.

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