Nieves Torres o el optimismo resistente

ME PIDEN QUE ESCRIBA SOBRE EL TESTIMONIO Y LA MEMORIA DE MI MADRE, pero me resulta muy complicado hacerlo. Se entremezclan atropelladamente recuerdos muy antiguos y otros más recientes, solapándose de manera caótica, mi vida, su vida, mis recuerdos, sus recuerdos, nuestra memoria…

Nieves Torres Serrano nació en 1918 en Venturada, un pueblito de la Sierra Pobre madrileña, hoy llamada Sierra Norte (parece que avergüence ser pobre), en el seno de una familia de clase media agraria.

Fue militante y dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), y delatada por un compañero cuando caminaba por las calles de Madrid, ya en la ciudad vencida de 1939, siendo detenida y sentenciada a muerte. Pero la suerte, esa diosa que estuvo a su lado hasta muy anciana –se fue durmiendo, con 95 años, como siempre había deseado–, hizo que su pena fuera conmutada por 30 años de cárcel, de los cuales pasó 16 en diversas cárceles franquistas.

Compañera y amiga de “Las 13 Rosas” y de “Los 43 claveles”, es decir, de las 13 chicas menores de edad en su mayoría y los 43 chicos, también menores muchos de ellos, militantes de las JSU y fusilados el 5 de agosto de 1939, el mismo día que Nieves cumplía 21 años en la hacinada cárcel de Ventas, luchó infatigablemente por recuperar su memoria y reivindicar las tapias del cementerio del Este, donde fueron fusilados, hasta conseguir que el Ayuntamiento de Madrid colocara una placa conmemorativa.

Mi madre nunca más volvió a celebrar su cumpleaños cuando correspondía y lo trasladó al 8 de diciembre, el día en el que salió de la cárcel de Ventas. De ella podría destacar su honestidad, lealtad a la libertad y la democracia (a la República), y su fuerza y coraje: era imparable cuando tomaba una determinación. Pero, por encima de todo, sobresalía su pasión por el Conocimiento, con mayúsculas, y su fe inquebrantable en la Educación, de nuevo con mayúsculas.

Nieves Torres decía que las maestras de la Institución Libre de Enseñanza habían reforzado su pasión –innata– por la cultura, por la razón, por el conocimiento, por la educación, los puntales sobre los que la Humanidad cambiaría hacia mejor, siempre… Optimista hasta el final, esto es lo que ella pensaba y en los que insistía siempre, no solo como madre.

Quizá lo que más me queda en el recuerdo, además de la alegría de vivir y el optimismo, es su paciencia y serenidad. Era capaz de transmitir calma y esperanza en los momentos más críticos; y tuvo muchos. Rescato de mi memoria el 23 de febrero de 1981, cuando al fin conseguí comunicarme telefónicamente con ella hacia las 23:00 horas. Al otro lado de la línea, su voz cálida y serena me dijo: “Hija, estate tranquila, el golpe ha fracasado”.

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