Robert Castel y el nuevo régimen del capitalismo

EDICIONES MORATA ACABA DE EDITAR Conversaciones con Robert Castel, un conjunto de 11 entrevistas, más un anexo autobiográfico del importante sociólogo francés, editadas por Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría. Por su actualidad, T.E. reproduce la que le hicieron en marzo de 2013 dos periodistas de L´Humanité poco antes de que falleciera.

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Foto cedida por el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Robert Castel acaba de dejarnos a la edad de setenta y nueve años. Director de Estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, autor de Las metamorfosis de la cuestión social, ha dejado una huella profunda en la sociología. Castel había releído el 6 de marzo las pruebas de esta entrevista realizada a finales de febrero del año 2013.

El recorrido intelectual de Robert Castel permaneció íntimamente ligado a sus orígenes sociales. En el entrecruzamiento de la sociología, de la filosofía y del psicoanálisis ha tenido siempre en cuenta en sus trabajos de investigación a los más desfavorecidos y a los trabajadores.

Nació el 27 de marzo de 1933 en Saint-Pierre-Quilbignon, en la actualidad un barrio de la ciudad de Brest. Hijo de un empleado de canales, caminos y puertos, impregnado de la cultura republicana y laica, Robert Castel provenía de este mundo del trabajo en el que las dificultades de subsistencia estaban muy presentes. Tuvo que afrontar muy joven la pérdida precoz de sus padres. Niño proveniente de un medio modesto pasó, como correspondía a su origen, un Certificado de Aptitud Profesional de ajustador mecánico. Pero un suceso, o mejor un encuentro, va a cambiar el curso de este determinismo social. Gran lector destacó a los ojos de un profesor de matemáticas, antiguo deportado comunista al campo de concentración de Buchenwald, que lo animó a seguir estudiando. Este momento capital en su vida nos lo ha contado con emoción cuando estábamos realizando esta entrevista que nos concedió hace pocos días y que está recogido en uno de sus últimos libros, Changement et pensées de changements. Echanges avec Robert Castel, codirigido con Claude Martin y publicado por La Decouverte en 2012.

Becario, Castel superó el concurso de Agregación en Filosofía en 1959, y se implicó en la realización de una tesis bajo la dirección de Raymond Aron en la Sorbona. En esos años se encuentra con Pierre Bourdieu con quien comienza a trabajar abandonando la filosofía por la sociología. Inmediatamente después de mayo del 68 es profesor en la Universidad de Vincennes, la Universidad de Paris VIII. En los años setenta y a comienzos de los años ochenta se interesa por la psiquiatría y el psicoanálisis, por el tratamiento y el cuidado de los enfermos mentales, elaborando una sociología crítica que se acerca a la de Michel Foucault en su misma perspectiva genealógica. Sobre estos temas publicará diversas obras y numerosos artículos. Castel fue uno de los promotores de la constitución del Grupo de Análisis de lo Social y de la Sociabilidad (GRASS). Pero fueron sobre todo sus trabajos sobre los asalariados lo que lo convirtieron en un pensador de la cuestión social y del mundo del trabajo. Entre los años 1980 y 1990 se interesó por las transformaciones del empleo, por la intervención y las políticas sociales. En 1990 fue nombrado Director de Estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS). Resultado de muchos años de trabajo es su monumental obra Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del asalariado publicada por la Editorial Fayard en 1995, una obra que causó tal impacto que se convirtió casi inmediatamente en un libro clásico de la sociología contemporánea.

Castel analiza en este libro como se constituyó la sociedad salarial a partir de la propiedad social, y su desestabilización a partir de la crisis de los años 1970. Estudia las consecuencias de este proceso sobre la integración social y el estatuto del individuo contemporáneo señalando las amenazas que supone la aparición de la inseguridad social generada por la precariedad y el desempleo de masas. Dirigió el Centro de Estudios de los Movimientos Sociales (EHESS-CNRS) hasta 1999. Sus obras más recientes, La inseguridad social. Qué significa estar protegido, publicado en Editions du Seuil en 2003 y El aumento de las incertidumbres, también en Editions du Seuil en 2009, prolongan sus investigaciones sociológicas, y en ellas se comprueba el incremento creciente de las incertidumbres y de los riesgos en la sociedad contemporánea, como consecuencia del paso a un nuevo régimen del capitalismo.

L’Humanité: Usted describe en sus trabajos una gran transformación que se produce con el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero. ¿Piensa que esa transformación se ha acabado?

Robert Castel: Resulta siempre aventurado intentar prever el futuro, y los sociólogos no somos adivinos, intentamos comprender los cambios, y quizás extrapolar el sentido en el que pueden ir. Decir que las cosas serán de un determinado modo me parece peligroso. No se debe al azar que yo haya titulado mi penúltimo libro El aumento de las incertidumbres. Es una forma de calificar la gran transformación que se está produciendo desde hace una treintena de años. Con anterioridad a esa transformación estaba muy extendida la idea de que el futuro sería mejor para todos, pero en la actualidad únicamente una minoría mantiene esta especie de optimismo. Las encuestas de opinión muestran que muchos franceses tienen más bien una visión pesimista de cara al futuro. Las cosas son inciertas, pero en cierto sentido felizmente no se puede afirmar con certeza que todo se desmorona. El futuro sigue siendo incierto.

L’Humanité: ¿Usted señaló que con el capitalismo industrial se había establecido un compromiso en las relaciones sociales, lo que ha denominado la sociedad salarial basada en la propiedad social?

Robert Castel: En los años 1960 se consiguió un relativo equilibrio aunque eso no fue algo maravilloso. Se escribieron muchos elogios fáciles sobre los gloriosos años treinta. Pero de hecho persistían grandes desigualdades. Existían injusticias de las que no se puede presumir y episodios poco gloriosos como las guerras coloniales. No obstante se pudo encontrar un cierto equilibrio, por decirlo de forma rápida, entre los intereses del mercado y los intereses del trabajo. Y aunque la situación no era idílica funcionó bastante bien. Este período que sucedió a la Segunda Guerra Mundial permitió el desarrollo del derecho al trabajo, de la protección social y de la economía. A partir de los años 1970 se comenzó a hablar de crisis, una crisis que comenzó siendo considerada como algo coyuntural, de modo que se esperaba que amainase pronto.

L’Humanité: En la actualidad han disminuido las protecciones sociales, los derechos sociales, derechos relativos a la salud, a la seguridad… ¿Qué fue del viejo compromiso?

Robert Castel: Me parece conveniente mantener una cierta desconfianza respecto a un discurso muy catastrofista. El capitalismo industrial comenzó a instaurarse de una manera salvaje respecto a los primeros proletarios de comienzos del siglo XIX. El compromiso establecido sigue en vigor aunque estemos ante una degradación de la situación. La cuestión es saber hasta donde puede llegar dicha degradación.

L’Humanité: Si nos referimos como ejemplo a la Revolución francesa y a mayo del 68, ¿se puede hablar, como hace usted, de metamorfosis?

Robert Castel: Las dinámicas del cambio social son extremadamente complejas. La historia no progresa de forma unilateral ni permanentemente. La sociología no es lo mismo que las matemáticas. Las palabras tienen su importancia y hay que definirlas bien. Una metamorfosis es una conciliación, un eslabón, una síntesis entre lo mismo y lo otro. Este concepto no es necesariamente perfecto ni extremadamente preciso, pero se refiere al momento en el que coexisten lo mismo y lo diferente. La historia, lo que está sucediendo, es algo que permanece y que a la vez supone una ruptura. Esto implica una innovación respecto a una situación anterior. Surgen innovaciones pero no se innova todo, no se parte de cero, al contrario, se retoman cosas.

L’Humanité: Esta idea de metamorfosis conlleva una postura de crítica social o de sociología crítica. ¿En qué aspecto la sociedad es criticable?

Robert Castel: Uno no puede tener sino un punto de vista crítico. Me he referido al proletariado del siglo XIX cuando los trabajadores, punta de lanza de la producción, morían de alcoholismo a los 35 años. Esto no es lo que sucede en la actualidad. Las formas actuales contenidas en la precariedad nos obligan a repensar los procesos de disociación social. No son las mismas que prevalecían hace dos siglos, pero parecen tener la misma función de disgregación de las solidaridades y de todas las formas que contribuyen a hacer sociedad.

L’Humanité: Usted llega a hablar incluso de desafiliación.

Robert Castel: La desafiliación es la forma límite de este proceso. Me he servido de esta expresión para evitar el abuso del uso del término exclusión, para referirse a situaciones completamente heterogéneas. Decir de un sin techo, de un joven de la periferia o de un cuadro medio en paro que son unos excluidos no quiere decir mucho, salvo que están fuera, que están al margen de la sociedad. Lo importante es comprender los procesos que los han llevado a esta situación. Antes de llegar a ella son personas vulnerables. Estas situaciones deben ser analizadas pues en último término conducen a los sujetos a estar desconectados de las relaciones de trabajo, de los intercambios, de las redes de sociabilidad familiar, de vecindad, de territorio…

L’Humanité: Esta crítica ¿no obliga a plantear el tema de una transformación social? El cambio es algo que los franceses en su mayoría desean. ¿Qué reformas progresistas habría que realizar para salir de estas incertidumbres?

Robert Castel: La crisis parece que está siendo cada vez más profunda. En 2008 se podría pensar que ante una tal gravedad de la situación la gente iba a tener conciencia de que hacía falta un cambio radical, pero esto no ha sucedido. Por mi parte me parece que se puede ser reformista de izquierdas, pero, por supuesto es preciso probar que puede haber un reformismo de izquierdas y ello pasa por un reordenamiento de los derechos. Yo he trabajado en la historia social y he comprendido que ligar derechos fuertes al trabajo ha proporcionado seguridad a la condición obrera y ha constituido una mutación muy importante respecto a la que tenía el proletariado. Pero en la actualidad no podemos continuar en los mismos términos el compromiso social que existía en los años 1970. El nuevo régimen capitalista implica una gran movilidad. Un trabajador no realizará el mismo trabajo durante toda su vida, e incluso pasará por momentos alternativos de trabajo y no trabajo. Es preciso por tanto a la vez una aceptación y un control de esta movilidad. Y sobre todo estas transformaciones no deben ir acompañadas de la declaración de desempleo, ni conducir al abandono de la gente, o a ponerla en situaciones lamentables. Este reto de proporcionar seguridad ha sido formulado por las organizaciones sindicales. El jurista del trabajo Alain Supiot ha propuesto conferir un estatuto al trabajador. Las propuestas que van en este sentido podrían servir de base a un reformismo de izquierdas, aunque su contenido real siga siendo problemático. Existen más que matices entre la posición de la CGT y la de la CFDT. No es mi función decir quien tiene razón o no. Pero sean las que sean las divergencias que existen entre los sindicatos de los asalariados espero que sus posiciones estén menos alejadas entre si de lo que están con el Medef, con la patronal.

L’Humanité: La propiedad social está constituida según usted por una concesión de los derechos ligados al trabajo para compensar la lógica de la rentabilidad impuesta por el capital, pero, en la actualidad, ante el capital financiero ¿no es necesario concebir una apropiación social nueva?

Robert Castel: Sí, esa podría ser una forma de replantear la situación. La propiedad social significa que el trabajador es propietario de derechos. Y existen también propietarios privados. Un cierto número de derechos son irrenunciables como la salud, la jubilación y otros. Se podrían enunciar seis o siete derechos que fundan un suelo que asegura al trabajador un soporte de base para que el trabajo continúe proporcionando independencia social y económica. Bernard Gazier ha puesto de relieve “los mercados transicionales” para señalar que el trabajo se establece cada vez mediante formas transicionales. Por su parte Yves Barel ha puesto en evidencia que el trabajo sigue siendo la base de nuestra integración social. El trabajo, incluso si es menos consistente, sigue siendo muy importante. En este contexto es necesario vincular derechos a la formación real que recibe cada asalariado. Este es un elemento necesario para dar seguridad al mundo del trabajo.

L’Humanité: En estas metamorfosis sociales ¿qué papel atribuye usted al sindicalismo?

Robert Castel: El papel del sindicalismo y de la clase obrera revolucionaria ha sido muy importante, pero no ha sido exclusivo. Henri Hatzfeld ha realizado un buen análisis de los componentes que están en el origen de las protecciones sociales en su libro titulado Del pauperismo a la seguridad social. Ha mostrado a lo largo de la historia de un siglo que no había unidad en el seno del movimiento obrero, concretamente a causa del antagonismo entre reformismo y revolución. Ha mostrado que existía una nebulosa de posiciones complejas. Una parte de la patronal se ha decantado durante un tiempo por posiciones reformistas para favorecer la productividad.

L’Humanité: En la obra colectiva Changements et pensées du changement aceptó usted mantener un diálogo con una quincena de investigadores (1). Concluye usted con un texto admirable dedicado a su profesor de matemáticas. ¿El yacimiento que sigue activo pasa por vincular lo “objetivo” y lo “subjetivo”, los afectos y las determinaciones sociales, Freud y Marx?

Robert Castel: No sé si este texto es admirable o no, pero expresa una convicción profunda que tengo desde que realizaba mis estudios de filosofía y más tarde mis trabajos de sociología. Contrariamente a las concepciones liberales, según las cuales es únicamente el individuo quien elige y asume riesgos, me parece que el individuo es ante todo un sujeto social. Todos nosotros estamos atravesados por la historia que no es solo un decorado, sino que marca muy profundamente nuestras elecciones, nuestros amores, nuestras penas. Todos tenemos una deuda con la historia. En alguna ocasión me he referido al siguiente episodio. Cuando era muy joven no estaba llamado a estudiar, estaba en una escuela técnica. Un profesor a quien habíamos puesto el mote de Buchenwald, un antiguo deportado y probablemente un resistente comunista, se ocupó de mí, y me impulsó para ir al Instituto para estudiar el Bachillerato. Gracias a él, y a su mediación, hice algo que yo no habría hecho. Y creo que he vivido siendo fiel al sistema de valores que él representaba. Ésta es una muestra de cómo se produce la transmisión, la solidaridad entre los seres humanos, y refleja una imagen de la sociedad completamente diferente de aquella que tiene como única finalidad el beneficio por el beneficio. Las políticas sociales, desde este punto de vista, no han tenido en consideración con frecuencia a los individuos, se han ocupado sobre todo de miembros de grupos. En los últimos años, concretamente con la crisis, surgió un proceso que intenta colocarlos en el marco de políticas que tienen en cuenta a los individuos. Surgen así los discursos que apelan a la responsabilidad de los individuos. En consecuencia los derechos que se les conceden no son incondicionales sino que les exigen contrapartidas. Yo trato de esta cuestión en L’avenir de la solidarité (2).

L’Humanité: Usted, en tanto que ciudadano del Appel des appels ¿considera que esta organización está en esta misma línea?

Robert Castel: Sí, la posición del Appel des appels subraya esta implicación del individuo, no para recibir regalos que le caerían del cielo, sino para inscribirse en una lógica de derechos. Y esto reenvía a la referencia primera de la Asamblea Constituyente de 1793: La patria tiene deberes para con los ciudadanos más frágiles. El derecho a las protecciones constituye el corazón de la política republicana.

(1) Cf. Robert CASTEL y Claude MARTIN (Ed.), Changements et pensées du changement, La Decouverte, Paris, 2012.

(2) Cf. Robert CASTEL, Nicolas DUVOUX L’avenir de la solidarité, La vie des idées, PUF, Paris, 2013.

 

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