Yo, el abuso sexual

PARTO SIEMPRE DESDE UNA SITUACIÓN DE PODER SOBRE LA VÍCTIMA. Con frecuencia, de un familiar o de alguien de su entorno cercano. Prefiero que sean menores, porque puedo aprovecharme de su vulnerabilidad e indefensión, y sé que son más fáciles de controlar.

La Organización Mundial de la Salud define la violencia sexual como “todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción, independientemente de la relación de esta con la víctima y en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo”.

Así mismo, define el abuso sexual infantil como “la utilización de un niño, niña o adolescente en una actividad sexual que no comprende, para la cual no está en capacidad de dar su consentimiento y no está preparado por su desarrollo físico, emocional y cognitivo”.

Me aprovecho de que mis víctimas no suelen denunciarme por miedo, culpa, impotencia, desvalimiento o vergüenza. Con frecuencia, cuando actúo en el ámbito familiar, pasan años antes de que me descubran.

Generalmente lo hago a través de hombres, aunque a veces me valgo de mujeres. Por el contrario, mis víctimas son más niñas que niños. Muchas veces soy padre o profesor, lo que les causas secuelas devastadoras en todos los aspectos de su vida cotidiana. Si una de las personas que más deben protegerte abusa de ti, es fácil imaginar las consecuencias psíquicas y emocionales tan terribles que pueden suponer para el resto de tu vida.

A veces adopto la forma de comercio sexual. Soy muy rentable para los explotadores porque consiguen una ganancia íntegra. Estos reclutan a las víctimas (niñas y niños), las transportan, alojan y alimentan para obligarlas a trabajar en prostíbulos u otros establecimientos. Esta actividad, a menudo, está relacionada con el turismo y se vende como un atractivo más en diversos países.

Otra de mis variantes es la pornografía infantil. No dudo en fotografiar, filmar o grabar escenas de sexo que involucran a menores de edad, actividad que reporta grandes beneficios económicos a toda una red de explotadores.

No estoy presente por igual en todos los países: en Asia, hay más de un millón de menores explotados sexualmente (solo en India, más de 400.000). En Estados Unidos, más de 300.000. En Sudáfrica, casi 30.000. Estos datos son aproximados, porque es muy difícil obtener cifras precisas sobre este tema.

A menudo me aprovecho de situaciones de vulnerabilidad, como la pobreza y las crisis humanitarias.

Si bien se hacen campañas para eliminarme, de momento no lo han conseguido. Hay muchos intereses a mi alrededor que me protegen, entre ellos los económicos.

Puede que algún día se cumpla el artículo 34 de la Convención Internacional de los Derechos del Niño: “Los estados deben proteger a los niños de todas las formas de explotación sexual y violencia sexual”. Tal vez llegue el momento en el que se hagan los esfuerzos necesarios y se pongan los medios para evitar el abuso y la explotación de menores. Puede, pero no parece que esté cerca.

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María Díaz

Secretaría de Políticas Sociales de FECCOO