Pequeñas grandes escuelas: un día en los centros rurales de Cantabria

EMPIEZA EL DÍA EN EL ARENAL DE PENAGOS. Los niños y niñas, acompañados por sus familias, van llegando a la escuela. No se oyen ruidos de timbres ni sirenas, no hay filas ni autobuses. El taxista del pueblo hace las veces de transporte escolar y va acercando al colegio a los pequeños grupos, despacio, con tranquilidad, con naturalidad, como ocurre todo en la escuela rural.

Los “buenos días” son individuales y la llegada de los niños y niñas se convierte en un momento de relación, decisión, qué elige cada uno nada más llegar, con quién decide empezar este nuevo día… Es un momento para charlar con y entre las familias, para tejer comunidad.

En las aulas rurales, los niños y niñas de diferentes edades se unen por sus intereses, no por el día del año en el que nacieron. Del mismo modo que ocurre en la vida real, las amistades no surgen por año natural, nacen de vivencias compartidas, sueños vividos o retos superados.

Un cuaderno abierto

A veces, al llegar nos sentamos con nuestro cojín y nos contamos cosas, cosas importantes, cosas que dan vida a lo que ocurre en el aula. La programación no está cerrada ni es un papel guardado en un cajón, sino un cuaderno abierto a las propuestas e inquietudes de quienes convivimos en la escuela.

La mañana va discurriendo en este tiempo lento y natural. Nuestro reloj interno nos indica que es un buen momento para almorzar. Estamos en el CEIP Estela de Zurita. Como es martes, preparamos el queso comprado en la fábrica del pueblo y aprovechamos un poco de pan casero que nos sobró ayer. Es un tiempo muy nutritivo, tanto por los alimentos que tenemos preparados como por la compañía y encuentro.

Cada niño y cada niña eligen con quién quieren compartir este momento, la mesa del rincón de juego simbólico se convierte en una apresurada barra de cafetería, y las colchonetas de psicomotricidad son ahora unas perfectas tumbonas.

Se ocupa el tiempo necesario, se comparten responsabilidades, se favorece la autonomía, el derecho a decidir, a escoger. En definitiva, se va practicando la vida.

Patio sobre ruedas

Tras recuperar fuerzas con el almuerzo, ponemos rumbo a Casar de Periedo, al CEIP Antonio Muñoz y Gómez. En el patio de la escuela nos esperan las bicicletas, patinetes, patines… y es que tenemos un patio sobre ruedas. Ahora se suceden relaciones espontáneas, han disminuido los conflictos y la actividad física se convierte en otro pilar fundamental del proyecto. En otras ocasiones salimos de paseo por el pueblo, visitamos a los vecinos, bebemos de la fuente, saludamos al panadero… y nacen propuestas espontáneas entre la comunidad y la escuela, como cuando llegamos a la casa de los abuelos de Óscar. Estaban desgranando alubias, y nos invitaron a “jugar” con ellos. Mientras desgranábamos y olíamos las vainas, algunos también las probaron y la abuela Luisa nos contó historias de antaño, tradiciones del pueblo y nos demostró lo afortunados que éramos por vivir allí.

Las salidas educativas en la escuela rural no tienen como objetivo final el ir a algún sitio, el propio trayecto en sí mismo es una experiencia. Se intenta dar valor a lo cotidiano, a lo efímero, a lo que normalmente pasa desapercibido, pero que es la esencia de lo que somos. No se buscan proyectos grandilocuentes, sino una conexión real con el patrimonio del pueblo.

Esta idea nos recuerda al CRA de Liébana, un centro con dos aulas: una en Espinama y otra en La Hermida, y un largo pasillo de 40 kilómetros entre ambas (como les gusta decir a sus maestras). A pesar de la distancia, la coordinación es perfecta; es una gran familia con muchos hijos e hijas (los alumnos y alumnas), y es que, en la escuela rural, las relaciones escolares se vuelven relaciones familiares.

En esta escuela se suceden los proyectos de un modo natural, pero con un hilo conductor y una intencionalidad educativa clara, poner en valor el patrimonio local, constituir arraigo al pueblo, intentar prevenir el efecto desolador de la despoblación.

Niños y niñas, junto a sus familias, aprenden diariamente del entorno cercano, investigan sobre la historia del pueblo, descubren viejas reliquias y mantienen tradiciones. Estos son los ingredientes del proyecto educativo del CRA de Liébana y Peñarrubia.

Nos ponemos de nuevo en ruta y llegamos hasta Argoños, al CEIP Pedro Santiuste, un centro dentro de un edificio educativo como reza en la fachada. Nos reciben sus maestras en la entrada, nos transmiten calma, cuidan la acogida, nos sentimos una parte más de esta familia educativa.

Katiuskas y zapatillas

Nos movemos por la escuela y tropezamos con el estante de katiuskas y zapatillas. Al lado, un mueble con libros y unos pufs nos invitan a leer historias. Y, justo en frente, está la entrada a las aulas. Unos espacios cuidados, planificados con sentido pedagógico, donde caben todas las alturas y todas las inquietudes.

La distribución del espacio también es distinta en la escuela rural: la necesidad se convierte en virtud. Al tener aulas con edades mixtas, las necesidades son muy diferentes y el espacio se adapta a estas realidades. También la metodología, más activa y vivencial, implica una redistribución de toda la estructura escolar. El rigor es máximo, por eso muchas veces hablamos de escuela rural como espacio de innovación y experimentación educativa, un modelo que se intenta extrapolar a otras realidades.

Con esta idea de innovación educativa, el CEIP Eutiquio Ramos de Parbayón y el CEIP Estela de Zurita decidieron sumar esfuerzos para convertir en una realidad las ideas que tenían en sus cabezas. Así nació un proyecto integrado de innovación educativa: “Aprendizajes Vivenciales” lo titularon.

Llegamos a Parbayón y el colegio está vacío. La vecina nos dice que se han ido al parque del Cubón, un lugar cercano donde están etiquetando los árboles autóctonos y reconociendo la fauna local. También están midiendo el paseo, proponiendo retos y ejercicios físicos, y es que la zona es usada por muchos vecinos para practicar deporte.

La idea es utilizar los aprendizajes que se realizan en la escuela a partir de una necesidad del entorno, dando respuesta y convirtiéndola en una oportunidad para la comunidad. Aprendizaje y servicio es el nombre de esta metodología, quizá los vecinos nunca lo sepan, pero sí conocen las labores que hacen desde la escuela.

Llega la hora de irse a casa en Zurita y este momento también es lento, pausado. El final de la jornada tampoco tiene timbre ni sirena, no es rígido, es un momento de encuentro de familias. Cuando sus hijos no salen corriendo, ni quieren irse del cole, es porque lo que está sucediendo les interesa. En ese momento, un pequeño grupo de niñas discute sobre a quién le toca abrir mañana la biblioteca. Las encargadas tendrán que traer un táper con su comida y continuarán en el cole junto a sus profes por si los vecinos quieren venir a cambiar sus libros. El curso pasado decidieron abrir su biblioteca al pueblo; más bien, decidieron crear una nueva biblioteca a partir de un módulo de obras y gestionar este servicio para los vecinos.

Esto también es la escuela rural: el centro de la vida cultural de algunos pueblos, el espacio donde se innova por obligación, el espacio en el que se pone en valor el patrimonio cultural y etnográfico del entorno, el sitio donde se guarda la voz y la experiencia de nuestros mayores, los usos y costumbres que nos unían con el territorio; y, además, la garantía de la supervivencia de los entornos rurales porque, como ya sabemos, cuando una escuela cierra, un pueblo se muere.

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Autoría

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Manuel Sainz Fernández

Asesor de Educación Infantil y Primaria del CEP de Santander


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Marta Herrero Ruiz

Asesora de Educación Infantil y Primaria del CEP de Santander