“Lo sorprendente fue la ocultación, a los alumnos del Instituto de Lisboa, de la historia de su centro durante tanto tiempo”

MARÍA LISBOA es el fado en que envuelve Ángel Chica su afecto hacia la bella ciudad que mira al Atlántico en la desembocadura del Tajo. En su adolescencia, había estudiado en ese eje central de la cultura portuguesa y allí acabó su vida docente. El 75º aniversario del Instituto Español le ha llevado a descubrir lo relativo del tiempo y a novelar cómo su vida se entrelazó con la de quienes hicieron andar aquel centro lisboeta, tan vinculado al Instituto-Escuela.

Fotografías de Teresa Rodríguez.

ÁNGEL CHICA BLAS vivió de lleno el compromiso para que la Complutense alejara la grisura mientras estudiaba Matemáticas. Procedía de Lisboa, del instituto que había creado la República en 1932 en el marco del Instituto-Escuela. Sindicalista y profesor en la enseñanza pública, su  paso por un centro madrileño con esa genealogía incrementó su preocupación por la historia de la ILE. En «María Lisboa» documenta y honra el interés actual de aquel modelo.  

¿María Lisboa es un homenaje a esta ciudad?

Es verdad. El libro es, entre otras cosas, un homenaje a Lisboa porque me siento muy lisboeta. La tercera parte de mi vida ha transcurrido ahí y personifiqué en el fado de María Lisboa, y en las fadistas Amalia Rodrigues y Mariza, mi tributo a esta ciudad marcando, al mismo tiempo, lo que había sido una evolución. La novela tiene una estructura simétrica que empieza y termina con este fado, pero hay un desplazamiento: Amalia es la cantante del pasado y Mariza la fadista del futuro. Igual que hay un contraste entre la Lisboa de 2007, cuando llegué, y la que dejé en 2012 , por el duro contexto económico que le tocó pasar a Lisboa y a Portugal.

 

Hay en el libro una cita de Pessoa con resabios escolares: “Toda la gente sabe” que el Tajo desciende de España… Al leer esta novela, ¿qué se debería acabar sabiendo?

Sobre Portugal: he tratado de transmitir al lector mi amor a esa tierra. Que se vea impelido a visitar Portugal, conocer su literatura, su filosofía, su poesía, su cultura, su cine, su música: para mí constituyen un patrimonio europeo de primera magnitud. Traigo varias veces a colación a Pessoa, pero también otros nombres. Precisamente algunos de mis lectores han dicho: “-Gracias por haber mencionado determinado nombre, que me ha llevado a descubrir tal película, un pueblo o ciudad, tales costumbres o sensaciones…”.

Portugal no es sólo Pessoa. Portugal es Saramago que, por suerte para nosotros, es un escritor hasta cierto punto español. Pero también están Almada Negreiros, Miguel Torga, Eça de Queiros… El patrimonio es impresionante. Si consigo con mi texto que la gente sienta cierto magnetismo para acercarse a ese Portugal, me siento profundamente satisfecho.

 

En María Lisboa, son centrales dos catedráticos del Instituto Español en la etapa republicana, distintos y complementarios…

Creo que los dos fueron personas muy coherentes en su forma de ser y pensar. En algunas etapas de mi vida me he identificado más con Ramón, persona comprometida políticamente y que en un momento dado no tiene miedo a correr riesgos en su vida para defender el proyecto republicano en que cree. Pero, en otros momentos, también he pensado que José es la persona pragmática que se da cuenta, en un proceso de “locura colectiva” como el que le tocó vivir, de que hay que introducir racionalidad en medio de un “choque de trenes” en que no quiere participar. Viene a decir: “-Si hace falta me bajo y, además, me voy a bajar ostensiblemente”. En la novela, los lectores verán que José, en enero del año 1937, toma una decisión durísima ante el Gobierno de Burgos, que, en aquel momento, muy pocos españoles habrían sido capaces de tomar: presentar su dimisión como director del Instituto Español de Lisboa ante la locura que estaba imperando.

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Portugal es un pueblo tremendamente desconocido de los españoles, del cual tenemos bastante que aprender

También aparece la tragedia, silencios, desmemoria y malentendidos, lealtades que trunca la distancia…

Hay algo que me duele en todo esta historia y que tal vez haya sido el desencadenante de la novela. Yo había estudiado en la Escuela e Instituto Español de Lisboa desde 1956 a 1969, y mi hermano, mayor que yo, lo había hecho entre 1945 y 1956. Entre ambos, cubrimos una etapa de veintitantos años de su trayectoria. Cuando llegué destinado a este instituto en 2007, a una plaza de catedrático de Matemáticas, coincidía el 75º aniversario del centro y asumí la posibilidad de hacer una especie de panorama general de lo que hubiera sido la historia del “Instituto Escuela Hermenegildo Giner de los Ríos” (el hermano de Francisco Giner).

Al poder acceder a los archivos históricos del centro, hubo algo que me sorprendió tremendamente y que todavía me duele: me encontré con la figura de Ramón. José, el otro protagonista de la novela, había sido profesor mío de Física y Química, pero de Ramón, el profesor de Lengua y Literatura, no había oído hablar absolutamente nada. Me puse al habla con mi hermano y tampoco había oído nada de él. Hablé entonces con alumnos más antiguos que también lo desconocían. Y fue un señor que también aparece en mi novela, Juan Benito –creo que murió el año pasado con 90 años-, quien me dijo: “-Sí, es cierto. En la época de la República había unos profesores que cuando la Guerra desaparecieron y luego ya no volvieron”.

Cuando me enteré de que Ramón Martínez López había sido después catedrático durante 30 años en la Universidad de Austin -en Tejas- y jefe de su Departamento de Lengua Española y Portuguesa; que había sido amigo de Borges, Américo Castro, Valle-Inclán, Castelao o Unamuno; con una trayectoria cultural increíble -con libros sobre Machado o la versión gallega de la General Estoria, y miembro de la Real Academia Gallega-, o que había sido fundador del Partido Galeguista, pensé: “-¿Por qué nadie me ha dicho nunca que este señor había dado clase en mi instituto?”

 

¿Hay algo más en este relato?

Después de haber logrado hablar con las hijas de Ramón y José, ese silencio me hizo intuir que había alguna historia más. Por lo que pude indagar en la documentación, los dos profesores habían estado muy unidos desde 1933 a 1936. Entonces, Ramón había marchado al exilio y ahí se había producido un paréntesis. Yo creía que ese corte había sido de por vida y resultó que no. Y así, en 1947 podían haberse reencontrado, poner al día sus respectivas vivencias, reconocerse el uno al otro en la coherencia de sus posiciones respectivas. Y cara al futuro, Ramón seguiría pensando que la solución para España estaría en la restauración de una República. Alentado porque había terminado la II Guerra Mundial y que estaba en marcha el Plan Marshall, habría pensado que en España no era viable la Dictadura, que caería y sería sustituida por una República. José, en cambio, habría estado más influido por el núcleo de Estoril, que empezaba a ser importante. La posible restauración monárquica en Don Juan también permitiría -en el papel- una recuperación de libertades democráticas con cierto parecido a las monarquías europeas. En el fondo, ambos creerían que una transición era posible hacia la desaparición de la Dictadura franquista.

El gran valor actual de la ILE reside en conocerla y conocer la función que pudo cumplir, sobre todo en el primer tercio del siglo XX

En mi relato ellos ponen en claro lo que habían sido sus historias de vida. Pero para mí lo que había sido realmente sorprendente era el silencio y la ocultación de todos estos datos a unos alumnos a quienes lo que nos hubiera satisfecho habría sido haber recibido algún comentario de pasada, y que nos hubieran dicho: “-Pues aquí, hace mucho, hubo un profesor que hoy en día es profesor en una universidad americana”. En el contexto de aquel momento, nadie se hubiera planteado preguntar al informante. “-Y ¿por qué ese señor está en América?” Probablemente, esa es la pregunta que no nos hubiéramos hecho. Hoy en día nos la hacemos, nos podemos encontrar y darnos muchas respuestas.

 

Esta solución del conflicto latente durante once años entre Ramón y José, ¿aparece en la documentación?

Por la documentación que manejé, en principio el desenlace es correcto. No sólo la documentación lo muestra, sino también los testimonios de dos hijas de ambos protagonistas, que me confirmaron que Ramón había vuelto a Portugal. Aunque hay algunas acomodaciones de fechas, el relato es fidedigno y verosímil. Ramón volvió a Portugal, vuelve con su mujer y su hija recién nacida camino de Galicia. Ya podía volver a España y se vio con José, su mujer y la hija mayor de ambos, que lleva 12 años a la de Ramón. Coinciden en la casa de José, a quien visita con su familia. Carmen, la hija de José, me contó que se acordaba de una niña pequeña, que es Isabel, la hija de Ramón. Me había hablado también de que su padre, cuando venía gente a verle, como algunos catedráticos españoles que iban al exilio, al enseñarles Lisboa tenia la debilidad de llevarlos siempre a los miradores. Entre ellos, el de Santa Justa, el mirador de Eiffel, para que vieran el panorama de la ciudad. Recordaba fotos de su padre con gente, pero no estaba segura de que estuviera Ramón en alguna.

Entonces fue cuando yo hice la pirueta de que, habiendo habido un encuentro entre ellos después de vuelto Ramón de América y ser recibido por José en Lisboa, quería decirse que habían restablecido las buenas relaciones y que había habido una puesta en común donde se habrían aclarado sus cuitas. Cabía, incluso, que lo hubieran hecho justo en el mirador de que había testimonios gráficos. Todo esto es, por tanto, verosímil, aunque no haya documentos explícitos: pudo haber sido así. Había, además, una base documental contextual que hacía coherente el relato. José Hernández no había querido expedientar a los cinco profesores que no habían vuelto al centro y por eso había presentado su dimisión en enero del 37. En Burgos, querían dar salida a este asunto: ya estaba actuando la Comisión de Cultura y Enseñanza que presidía Pemán. Eugenio Montes llega a Lisboa a dirigir el instituto y, en sintonía con el “Nuevo Estado Español”, depura el centro de toda “actitud política abiertamente contraria al Movimiento Nacional”. Enseguida, el 05.04.1937, redactó la propuesta que oficializaba la expulsión de Ramón y los maestros institucionistas: Agustín Sala, Antonio Terol y Luis Falcó. También despidió al profesor de portugués, Fidelino Figueiredo, introdujo la Religión y la simbología falangista, y pidió nuevos maestros que acabaran “con la nefasta coeducación”.

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La creación en 1932 del Instituto Escuela Hermenegildo Giner de los Ríos, fue pasar de la noche al día la educación a que tenía acceso la colonia española en Lisboa

¿El gallego Eugenio Montes?

En mi relato hay bastantes gallegos. Montes no aparece por gallego, sino por su papel en el instituto para sustituir a José Hernández y cruzarse en la vida de los dos personajes centrales. Es relativamente secundario en la novela y, en cuanto a la gestión del centro, la documentación que manejé indica que fue bastante descuidada. Al llegar, nombró a un subdirector, figura que no existía y no fue precisamente José -a quien le aceptó la dimisión-, sino un catedrático de Geografía vinculado a Falange. Montes también era falangista, uno de sus diez fundadores con José Antonio. Intelectualmente, había tenido ciertos rasgos de progresismo: había tenido relación con García Lorca…, pero el instituto no le interesó nada. Hizo algunas cosas muy para la galería. Por ejemplo, facilitar que Ernesto Halffter –que vivió exiliado en Portugal. Su hermano Rodolfo lo hizo en Méjico- figurara como profesor de Música, darle un sueldo aunque no apareciera por el centro, y que se dedicara a La Atlántida que había dejado pendiente Manuel de Falla. También ocurrió algo parecido con el sevillano Alfonso Lasso de la Vega, expulsado del Cuerpo de Archiveros, pero al que nombró profesor de Historia. Es decir, paradójicamente, intentó dar salida a algunas personas que habían tenido problemas en España.

Montes no se dedicó nada al centro. Viajó mucho por Sudamérica, como propagandista del régimen franquista. Incluso intentó cerrar el Instituto de Lisboa en su función educativa para que fuera un “Instituto Superior de Cultura” española en Portugal. Era el año 1954: se armó un revuelo, la colonia española consiguió que Ruiz Giménez, recién llegado al Ministerio, le destituyera. Le mandaron a Roma, donde consiguió hacer el instituto superior que ansiaba. En cambio, el Instituto de Lisboa y su Escuela permanecerían abiertos como tales. Nombraron entonces a un demócrata cristiano como comisario-director y el nuevo destino de Eugenio Montes en Roma fue, desde esta perspectiva, una especie de patada ascendente.

 

El trasfondo de referencias a la ILE que aparece en esta novela ¿es relevante para el profesorado de hoy?

Creo que el gran valor actual de la ILE reside en conocerla y conocer la función que pudo cumplir, sobre todo en el primer tercio del siglo XX. La enseñanza media era en aquellos años francamente elitista, y la ILE y los Institutos Escuela permitieron que lo que iban a ser las élites, esa minoría que accedía a estudiar, en su mayoría hijos de una burguesía acomodada, tuvieran mucha mejor formación que la que predominaba. En aquel momento, era muy importante cuidar que la preparación de esas élites se hiciera bajo parámetros de rigor científico y laicidad, de modo que pudieran enganchar con lo que era la Ilustración francesa. Hoy, el panorama es diferente. La enseñanza Primaria, Secundaria e incluso la Universidad son enseñanzas de masas a las que hay acceso prácticamente sin distinción de clase, aunque últimamente los recortes hayan podido crear dificultades en las políticas de becas, tasas, etc. En consecuencia, aquel modelo de enseñanza ya no tiene el mismo sentido. Pero el conocimiento de lo que pudo significar, por supuesto que sí.

En mayo de 1936, los alumnos de Lisboa devolvieron visita de hermanamiento al Instituto Escuela de Madrid

Sin ir más lejos, en Lisboa existían desde los años 1915-20 unas escuelitas para los hijos e hijas de los gallegos, de “la colonia” –que se decía entre comillas- de españoles que vivían en Portugal. Fundamentalmente, era gente que se dedicaba al negocio del carbón, el transporte, los aguaderos, el vino y la hostelería. Estudiaban en dos pisos, porque las enseñanzas eran separadas, con un sistema de escuela unitaria donde un maestro y una maestra tenía acumulados a lo largo de la mañana y de la tarde a todo el alumnado. Cuando llegó la República y tomó conciencia de esta realidad, decidió transformarla. Por un lado, a esos niños trató de darles promoción y abrió un instituto. Por otro, esas escuelas de niños y niñas separadas tenía que acabar. Con lo cual, en el año 1933, se abrió el instituto y se creó en el marco organizativo del Instituto Escuela: las dos escuelas unitarias fueron subsumidas y pasaron a ser graduadas en una Escuela que tenía continuidad en el. A este nuevo centro se le dotó de Fonoteca, Cinemateca, Biblioteca, laboratorios, un proyecto de salidas culturales e intercambios, enseñanza de idiomas, etc. Es decir, que fue pasar de la noche al día.

¿Quiénes se implicaron en apoyar este proyecto?

Los responsables del Instituto Escuela y del Ministerio de Instrucción Pública, cuya documentación obra en el Archivo del centro. Por ejemplo, para decidir la ubicación del Instituto Escuela republicano en Lisboa, hay cartas de Lorenzo Luzuriaga sobre las distintas ubicaciones que se le proponen. Por Lisboa van, entre otros, Francisco y Domingo Barnés, que han sido ministros de Instrucción Pública después de Fernando de los Ríos. Está documentado que, cuando Francisco deja el Ministerio y vuelve a su cátedra en el Instituto Escuela, acompaña a sus alumnos madrileños en viaje de intercambio a Lisboa en 1935. Y al año siguiente, los alumnos de Lisboa devuelven la visita en un hermanamiento de centros: vienen a Madrid, visitan Aranjuez, el Escorial, etc. Lo hacen en mayo del 36, momento en que la situación en España era ya convulsa, y José Hernández remite un telegrama desde Madrid para tranquilizar a las familias de los hijos que estaban en aquel momento aquí. El único dato que hallé sobre ese viaje es un telegrama escueto donde dice: “Seguimos viaje. Todo bien. Saludos. Hernández”.

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Manuel Menor

Profesor de Historia