Por qué es importante incorporar la perspectiva de género en la educación medioambiental

LA EMERGENCIA CLIMÁTICA ES UNA CRISIS MUNDIAL QUE EN ESTOS MOMENTOS NOS AFECTA DE MANERA DIRECTA, poniendo en peligro nuestra seguridad y modos de vida actuales. Destrucción de especies, catástrofes naturales, epidemias y hambrunas no son accidentales. Tienen su origen en la actividad humana propiciada por un modelo antropocéntrico destructivo que produce cada día miles de víctimas climáticas.

“No hay economía ni tecnología ni política ni sociedad sin naturaleza y sin cuidados”.

Yayo Herrero

Debemos actuar de manera decidida y firme frente al abuso, la violación y la destrucción de ecosistemas naturales y sociales. La lucha se librará en numerosos escenarios en los que la mirada no solo habrá que fijarla en clave energética, de movilidad o edificación. Será fundamental afrontar batallas culturales que impliquen aprender que necesitamos construir otro modelo global basado en la justicia social, la interdependencia, los cuidados y el respeto por el entorno. Frente al negacionismo poseemos una herramienta muy poderosa: la educación medioambiental desde la perspectiva de género.

 

Una historia de agua

Madrid, principios de los años cincuenta. La señora Rosario ha sobrevivido a una guerra y a nueve partos. Tiene una casa pequeña, conejos, gallinas, gatos y una cocina con dos fuegos (uno de leña y otro de carbón de piedra) donde prepara la comida para toda la familia, pero no tiene un elemento fundamental: agua corriente. En su barrio, Tetuán, el agua no llega a los hogares. Así que sus tres hijas pequeñas tienen una misión: llevar agua a casa. Un día, en el camino de vuelta de la fuente, Encarnita –que tiene 8 años en ese momento– tropieza. Desde entonces luce una cicatriz profunda en su brazo derecho. La historia de la cicatriz de mi madre ha pasado de generación en generación y es un clásico familiar. La mayoría de la gente se sorprende por lo aparatoso del accidente y el trozo de carne que le falta en el brazo. Sin embargo, a mí siempre me llama la atención que las niñas pequeñas de la familia fueran las encargadas de acarrear los recipientes. No suele sorprender porque era lo “normal”: niñas y mujeres a por agua, a lavar, a cuidar a los demás.

 

Claves socioculturales

La relación de niñas y mujeres con el entorno como sujeto cuidador es la primera clave para comprender la relación de la mujer con el medioambiente. La interrelación con los elementos (agua, el fuego en la cocina, la tierra…) es estrecha y tradicional. Culturalmente la mujer cuida: no conquista, domina ni elimina, sino que conserva, protege. No solo en las áreas rurales de países en vías de desarrollo, sino también en el Madrid de hace setenta años y, en mayor medida de lo que creemos, en el actual.

Otra nota común es que las más perjudicadas en este reparto de roles, antes y ahora, son las que menos posibilidades tienen de participación y acceso a la toma de decisiones.

 

Otra historia 

En los entornos urbanos, la vida de las niñas de ahora es muy diferente a la de sus abuelas o sus madres. Hablan y se les escucha. Se tiene en cuenta su opinión. No van cargadas con garrafas de agua por calles empedradas. Conocen a Greta Thunberg. En el cole aprenden a reciclar, a no usar pajitas de plástico, separar la basura en contenedores diferentes… Parece que hemos avanzado en feminismo y en ecología, pero no es suficiente. La comunidad científica advierte que, si no actuamos frente a la emergencia climática, en 2050 entraremos en un punto de no retorno.

Debemos actuar de manera decidida y firme frente al abuso, la violación y la destrucción de ecosistemas naturales y sociales

Propuestas frente a la crisis

¿Qué podemos hacer? En primer lugar, no sobrecargar las espaldas de la comunidad educativa. Romper la trampa neoliberal del individualismo. La escuela sola ni puede ni debe afrontar el reto. Tomemos como referencia los ecosistemas donde la interdependencia y la cooperación son valores positivos. Seamos conscientes de que la transformación del paradigma actual es una labor conjunta. Se necesitan acciones globales lideradas por decisiones políticas.

Además, es fundamental replantearnos la educación medioambiental desde su propia base. Ya no basta con formar a futuras generaciones desde enfoques naturalistas y conservacionistas. Ni siquiera nos podemos conformar con cuestionar el actual modelo socioeconómico, antropocéntrico, basado en estructuras económicas opresoras. Es el momento de incorporar la perspectiva de género a la educación ambiental para que se convierta en herramienta transformadora de la sociedad. Necesitamos que se produzca en el currículo un encuentro entre ecologismo y feminismo. Necesitamos educar desde la perspectiva ecofeminista. El sistema que oprime a niñas y mujeres es el mismo que esquilma los recursos naturales. Las personas con menos recursos económicos sufrirán de manera más violenta los efectos de la crisis. La mayoría de las personas pobres del mundo son mujeres. Todo forma parte de la misma realidad.

Desde la educación debemos promover que las mujeres se constituyan como agentes de cambio en este proceso y su acceso a la toma de decisiones de calado, tal y como se recoge en el Plan de Acción de Género que se aprobó en la COP23 de Lima y que se ha actualizado en la reciente COP25 en Madrid.

El eje vertebrador de esta tarea debe tener como referencia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y se desarrollará en dos ámbitos de actuación: la intervención en los currículos con áreas específicas completadas con estrategias transversales y la utilización de nuestras acciones cotidianas para educar con ejemplo desde la coherencia. Fomentar valores como la empatía, la equidad y la cooperación nos ayudarán en esta aventura en la que todas y todos nos tenemos que cuidar.

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Encarnación Pizarro Pariente

Secretaría de Salud Laboral, Medio Ambiente y Formación para el Empleo de FECCOO